"Yo, por ejemplo, no votaría por un candidato del Centro Democrático, no porque me parezca traidor o paramilitar -como se califican entre ellos- sino porque defienden un modelo de sociedad que no es que el yo quiero para mi país".

“A ver hijito: aquí no se defienden los derechos de la gente".

El ex Presidente Álvaro Uribe envió una comunicación pública a los miembros de su partido, Centro Democrático, en el que les pide resolver los conflictos internos que estaban subiendo de tono en las redes sociales. La comunicación tiene valor para reflexionar sobre el funcionamiento de los partidos, que todo el mundo reclama deberían ser fuertes y coherentes.
“Paramilitar”, le dijo Fernando Londoño a Ernesto Yamhure, y los adjetivos contra Iván Duque de parte del ex general Harold Bedoya no bajaban de traidor. Uribe regañó y puso orden, pero eso forma parte de la picaresca política y no tiene nada de importante. Lo verdaderamente importante de la carta de Uribe es que traza línea doctrinal sobre temas tan importantes como los derechos de las parejas conformadas por homosexuales y sobre las condiciones en que resulta aceptable que las mujeres aborten.
Todo indica que Duque, que es un personaje político moderno, se había manifestado a favor del reconocimiento del matrimonio homosexual e imagino que apoyó el aborto en las condiciones que ha señalado la Corte Constitucional. Ahí fue Troya: el sector conformado por iglesias cristianas que forma parte del Partido protestó y exigió una definición sobre el tema, la cual llegó en la carta de Uribe.
Palabras más palabras menos, el ex Presidente le recordó a Duque que ese, el Centro Democrático, no es propiamente el partido que defiende los derechos de la gente, ni es el que se caracteriza por proteger a las minorías. No. Ahí lo que hay es doctrina dura y pura. En ese Partido priman las convicciones religiosas sobre cualquier otra cosa y sus propuestas se alimentan de esas convicciones.
Perfecto. Así deben funcionar los partidos. Ese es el tipo de definiciones que le permiten a los ciudadanos saber de qué lado estar. Eso hace previsible el comportamiento de los representantes de esos Partidos en los poderes públicos.
La definición básica de los partidos políticos enseña que son precisamente eso: grupos de personas que se organizan alrededor de un conjunto de principios y valores y buscan llegar al poder para promover esa visión de sociedad que comparten.
Si son claros, a los ciudadanos les queda más fácil. Yo, por ejemplo, no votaría por un candidato del Centro Democrático, no porque me parezca traidor o paramilitar -como se califican entre ellos- sino porque defienden un modelo de sociedad que no es que el yo quiero para mi país.
Desafortunadamente, en Colombia los partidos no suelen adoptar esas posiciones así de claras y eso ha sido uno de los mayores factores de su desprestigio.
La gente reclama con razón que una senadora liberal (partido al que yo pertenezco y cuyo Instituto de Pensamiento dirijo hace algunos años), por ejemplo, promueva un referéndum que busca desconocer derechos de las parejas homosexuales y exigen coherencia con el decálogo liberal que comienza por proclamar la defensa del “mayor grado de libertad” de las personas.
Hay una discusión sobre el tema de los derechos de los homosexuales, pero ese no es el debate al que me quiero referir, ni quiero plantear aquí una controversia sobre ese punto con una senadora juiciosa y disciplinada como Viviane Morales. Es en la coherencia doctrinal de los partidos donde me quiero centrar. Los electores y ni que decir los miembros de una organización tenemos derecho de saber qué posición van a adoptar nuestros representantes en aspectos esenciales de concepción de sociedad.
Morales reclama su derecho a tener posiciones diversas y lo tiene, pero no a nombre de quienes somos electores de un partido que proclama exactamente lo contrario: la protección de las minorías y, como ya lo dije ,“el mayor grado de libertad” de las personas.
Los ciudadanos no siempre escogen el candidato de sus preferencias por razones ideológicas muchas veces lo hacen por la valoración subjetiva que tienen de quien se postula: es honesto, está bien formado, tiene experiencia, digamos, es buena persona. Claro todo eso podría predicarse de Iván Duque o de Viviane Morales, pero eso se debe esperar de todos los elegidos.
Otros deciden su voto por una posición coyuntural y no ideológica. A eso es a lo que llaman el “voto de opinión”. Que es el más volátil y menos consistente doctrinariamente. Un día vota por una persona con convicciones de derecha y otro con principios liberales. Por ejemplo, el que escoge a un candidato anticorrupción normalmente lo hace sin tener en cuenta “ideología”, por eso con ese discurso se han elegido en distintas partes del mundo, unos de izquierda y otros de derecha.
Hace ya quince años unos amigos cercanos me insistían en ayudar a la organización del movimiento que fundaba el ex gobernador de Antioquia Álvaro Uribe Vélez, y después de varios debates cerré la conversación diciéndoles: “es muy godo para mi gusto”. Ya entonces era rezandero, machista, defensor de los terratenientes, con actitudes autoritarias, es decir todo lo contrario, de lo que yo quisiera ser. Me alegra, sin embargo, su carta, ahora sé que es más godo de lo que yo imaginaba entonces, pero nadie le puede cuestionar su consistencia.
Por HÉCTOR RIVEROS

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